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jueves, 28 de enero de 2010

Haití: el infierno de este mundo (VIII)

Haití: el infierno de este mundo (VIII)
Por: Leticia Martínez


Una noticia recorre Puerto Príncipe: fue hallado un hombre con vida debajo de los escombros luego de 14 días del terremoto. Pareciera entonces que la palabra sobrevivir camina de la mano de cada haitiano. Se impone salir ileso del infierno de este mundo. 

Historias de deseos de vivir sobran. Ahí están la del joven que sobrevivió 12 días tomando refrescos y comiendo sobrantes de aperitivos, entre la ruinas del Hotel Napoli; la de Patrick Alhston, profesor de Química, a quien encontraron luego de excavar 12 metros de escombros; la de Benito Revolus, atrapado durante cinco días con un pulmón perforado; la de Exantus Wismond, que permaneció 11 días bajo una pieza de concreto; o la de Elizabeth, que con solo 15 días de nacida sobrevivió una semana entre las ruinas de su casa en Jacmel.
Hoy suman 132 las personas encontradas con vida entre los escombros. Sin embargo, suman más de un millón las que continúan intentando sobrevivir en las calles y plazas de Puerto Príncipe, cuando el hambre fustiga y la intemperie cala. No es raro descubrir en esta capital a decenas de haitianos corriendo tras los camiones que distribuyen la poquísima comida. Cuando la orden de repartir se lanza, empieza la odisea por alcanzar, se impone la fuerza y puede que muchos solo encuentren unos pocos granos desperdigados por el piso. Otros volverán a sus quimbos con las manos vacías.
Y en ese intento por sobrevivir, lo que antes fue una sábana extendida en la plaza para taparse del sol y guardar las pocas pertenencias, hoy se convierte en un espacio más "confortable". De un lado a otro caminan los lugareños buscando entre los escombros cualquier cosa con qué resguardar a los suyos: pedazos de tablas, de zinc, de plástico¼ van conformando ranchos que parecen eternizarse en los parques haitianos.
Para otros, la supervivencia está en las puertas de cualquier embajada. Desde hace 15 días, misiones como la francesa, la canadiense o la norteamericana exhiben eternas colas en sus alrededores. Muchos tiran allí frazadas para dormir junto a sus pequeños, mientras esperan el permiso de salida.
Se trata solo de sobrevivir, entre escombros o miserias, pero siempre sobrevivir.

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