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sábado, 27 de agosto de 2011

Pablo MIlanes en Concierto

Pablo MIlanes

EL MOVIMIENTO BLOGGER, ESTA LLAMADO A SER EL CATALIZADOR MORAL DE LOS GOBIERNOS, ANTE LOS OJOS DEL MUNDO

Mi posición sobre el concierto de PABLO MILANÉS en Miami

A tan sólo horas de la presentación del cantautor de Cuba comunista en no sólo la Capital del Sol... sino del exilio cubano.

Por PEPE FORTE/Editor de i-Friedegg.com,
y conductor del programa radial semanal AUTOMANIA,
y de EL ATICO, diario, por WQBA 1140 AM,
en Miami, Florida, una emisora de Univisión Radio.

Posted on Aug.26/2011

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A principios de los años 90, Pablo Milanés creó una serie de presentaciones llamadas “Conciertos desde el Barrio”, consistentes en tocar y cantar fuera de las grandes salas para hacerlo en las barriadas más pobres o populares de Cuba, en plena calle. Por entonces este servidor trabajaba como museógrafo y restaurador de obras de arte para el Museo de La Lisa, al Oeste de la Habana, y cuando le tocó el turno del cantante a ese municipio, la dirección regional del “Partido” se me acercó para que les “salvara la vida”: querían hacerle un “regalo especial” al amado Pablito, y nada mejor que un póster hecho por mí en mi condición de palito barquillero y saca-nueces del fuego local, que reflejase la ocasión.

Oh.

Les hice el póster.

Y lo enmarcaron…

Y se lo entregaron al artista la noche del concierto en una improvisada tarima en la rotonda de La Lisa, frente a todo el público. Pablo quedó maravillado con el afiche, presidido en una parada de autobús que reflejaba la ruta 22, una de las más populares de La Habana y cuyo paradero se hallaba en la demarcación. Junto a la señal se encontraba un porrón de barro, símbolo alfarero del poblado de El Cano que integraba el municipio y, recostada al mástil de la parada, un guitarra de cajón. Milanés, visiblemente complacido por el cartel más que por el regalo en sí, reclamó desde el escenario la presencia del creador para felicitarlo… sólo que éste, anticipándose a lo que ocurriría, por voluntad propia —el trovador nunca lo supo— decidió ausentarse.

No sé si Pablo Milanés guarda todavía mi afiche.

Habría sido mi tercer encuentro apenas tangencial con Pablo Milanés. Le saludé otro par de veces que no deben haber dejado huella de mí ni en la mas dedicada de sus neuronas. Nunca fui si amigo porque simplemente la oportunidad no se dio. Lo fui de otros miembros de la nueva trova. Mi condición de fotógrafo y diseñador gráfico me facilitaron ejecutar sesiones de fotos y diseñar varias portadas de discos de la EGREM o de Artex —antigua Cubartista— lo cual me condujo a establecer tales relaciones. Vivía allá, y todos ellos sabían que yo era gusano…

Resulta que ahora viene Pablo Milanés a cantar a Miami, y cuando me preguntan si estoy de acuerdo con el hecho digo que preferiría que no ocurriese. Especialmente, para que emitiera mi opinión, me convocó gentilmente el equipo de producción del programa “A Mano Limpia” que lleva el periodista Oscar Haza de lunes a viernes a las 8 de la noche por el Canal 41 América TV de Miami en la Florida.

La cita fue perfilada por un civilizado debate entre mi persona y Hugo Cancio, empresario artístico que es quien trae a Miami a Milanés, tal cual ha hecho en los últimos años con otras figuras y agrupaciones de La Isla como, por ejemplo, Juan Formell y Los Van Van.

Preferiría —repito—que estoy no ocurriese. Tengo más de una razón. Y éstas —debo subrayar— no me ciegan ante el talento como compositor y poeta de Milanés, aunque lamentablemente lo haya dedicado a cantarle a una dictadura de medio siglo, tan injustificable como la que más y tan larga como la que menos. Acaso dos terceras partes de la obra de Pablo Milanés se erigen elogio al castrismo…

Creo en la democracia y me esfuerzo por ejercerla a pesar de algunos de mis disgustos que procazmente me tientan a irrespetarla. Por eso, no exijo la cancelación del concierto ni protestaría en las calles siquiera por su materialización, aunque defiendo el derecho de quienes sí demandan su clausura y se manifiestan públicamente contra el espectáculo. En cuanto a mí, con no ir me basta. Ése es mi estamento político. De haber conocido a Pablo, si me llamara por teléfono durante su visita aquí o incluso si me convocara a visitarlo, no sería tan incivilizado como para tirarle la puerta en la cara, pero le diría —así me lo rogase— que no acudiría a su concierto.

A pesar de estos gestos pre-concebidos de diplomacia, humanamente tengo que admitir que sí me mortifica la presencia de Pablo Milanés en Miami. Y parto de una premisa justa por elemental: la asimetría de presentaciones.

Continúan llegando artistas de Cuba a actuar, a cantar y a tocar en Miami, y ninguno de los del exilio que la gente de allá quiere ver allá, tiene la oportunidad de hacerlo porque las autoridades escarlatas en la ribera Sur del Estrecho de la Florida lo prohíben.

Es cierto que muchos artistas cubanos de Miami así los invitaran a La Habana desde La Habana, declinarían la invitación. Pero otros, como Willy Chirino, que en mas de una ocasión ha manifestado su deseo de hacerlo —para lo cual asumiría los costos como hizo Juanes con “El Concierto por la Paz” en la capital cubana hace unos dos años— ha sido olímpicamente ignorado en su solicitud por la misma ejecutoria comunista cubana.

No existe el intercambio que dicen que existe.

Los voceros de Castro en Miami aluden que se trata de un trasiego exclusivamente entre los artistas de Cuba y los norteamericanos. Mas, caramba, tampoco en esto hay simetría —no hemos visto aterrizar en La Habana a Billy Joel o a Lady Gaga—.

Se trata de una falacia.

Gloria Estefan y el ya citado Chirino —por invocar apenas dos casos— son figuras norteamericanas, porque la filosofía del mercado discográfico otorga una suerte de nacionalidad sui generis a los artistas dependiendo de dónde surge y florece su carrera. Pero en el caso de que el argumento fuese válido, tal y como Edmundo García lo defiende y así lo expresara en un breve encuentro sobre el tema contra este servidor recientemente en CNN, ello demuestra que mis argumentos de que Cuba sí ha practicado y practica su propia interpretación del apartheid sudafricano —cosa que irritó tanto a García que lo tomó como una afrenta personal—, revela la por antonomasia naturaleza excluyente de la tiranía de Castro.

Así, incomoda además que Milanés y otros tantos artistas del establishment cubano se presenten en una plaza que siempre despreciaron. Y no sólo a Miami, sino igualmente a todo el esquema del mercado discográfico capitalista para ahora querer beneficiarse de sus bondades en toda su dimensión.

Los comunistas son y han sido siempre unos aprovechados, desconocedores por tanto del honor. Aceptar prevendas o favores, o ser pagado por lo que se desprecia es carecer de vergüenza. Por eso ahora vienen a cantar aquí, a integrar un mercado que Castro en su feudo desarticuló, y a sacar provecho del siempre recompensador esquema de reconocimiento y exposición que a través de galardornes esa actividad propone a los artistas en el mundo libre capitalista. Pablo cantaba “amo esta isla, soy del Caribe; jamás pisaré tierra firme porque me inhibe” (la canción muy oportunamente no cierra la puerta a ganar dinero en tierra firme, lo que sí parece que no lo inhibe).

Y aún si no obtuviesen un céntimo, terminar anotando en su resumé que tocaron en el Miami Airlines Arena, en el Madison Square Garden, o que hasta fueron nominados para un Grammy o acaso ganarlo, les resulta muy favorecedor.

Pablo Milanés —hay que agregar—no es un inocuo baladista con un catálogo de cursis melodías, sino uno de los dos juglares oficiales de la revolución cubana —su otra media naranja conceptual es Silvio Rodríguez—.

No es el exilio cubano el que pone juntos en un cóctel los ingredientes de la música y la política. El comunismo, que es el sistema más ideológicamente saturado de la historia de la humanidad, es el autor de la receta. Nada se separa de la política bajo el comunismo. Y justo eso mismo es el propio Pablo Milanés, cuya obra —la mayor parte de ella, insistimos— apoya en canciones ideológicamente comprometida al regimen totalitario de La Habana.

Durante mi encuentro con Cancio en la tele, éste expresó que Pablo Milanés, un hombre de sesentitantos años con una guitarra, no era una amenaza. Estoy de acuerdo con Cancio: Milanés no es una amenaza para el exilio cubano. El exilio cubano de Miami tiene poder (sobre todo) moral, y además económico y político. No, Pablo Milanés no es una amenaza. Pablo Milanés es una provocación y una ofensa, que son dos cosas totalmente distintas… aunque siendo justos, hay que reconocer que la VISITA de Milanés no es tan ultrajante como la PERMANENCIA de personeros de la tiranía que en un punto de su vida tras aburrirse de sus atropellos, decidieron establecerse aquí.

Por las últimas cinco décadas, el prontuario de represión castrista contra todo lo que no comparta sus presupuestos incluye —penosamente— a la cultura y a la música. Se prohibieron Los Beatles en Cuba, se persiguió y encarceló a los jóvenes cubanos que durante los años 60 los escuchaban y los seguían, y se estigmatizó con el moralizante concepto estalinista de “diversionsimo ideológico” a quienes escucharan música en Inglés —la lengua de Shakespeare de pronto ganó pátina ideológica ante el pensar comunista—.

La ignominia —que esto sí lo es— censuró además a grandes artistas cubanos que pertenecen a lo más genuino de la tradición musical de la nación como Celia Cruz, lapidada en vida, cuyas canciones hasta hoy son vetadas por el gobierno. Ernesto Lecuona, el acorde más alto de Cuba está más sepulto en los medios cubanos que en su propia tumba. Que Pablo Milanés se presente en Miami es pues uno de los más dramáticos episodios de desequilibrio de una balanza cuya aguja se aparta del fiel.

Las declaraciones de Pablo Milanes en los últimos años sobre la situación cubana parecen sinceras. Pero él debe saber que a los oídos de tantos que tras expresiones así luego hemos sufrido desilusiones, sus juicios no son confiables. No es primera vez que un artista cubano de La Isla emite una opinión que —inicialmente— parece contestataria, pero que no resulta otra cosa que una farisaica estrategia para allanar el camino para presentarse en Estados Unidos. Una vez logrado ese propósito, regresa a su default, a defender con nuevas ideas favorables a la revolución, anulando o reivindicando lo que dijo antes. Son muchos los episodios, son muchos los artistas que han transitado esta senda: Omara Portuondo, Carlos Varela, Pedro Luis Ferrer, y hasta el mismo Pablo Milanés.

Donde dije digo, digo Diego…

Por otro lado, sus declaraciones son tardías. ¿Cómo un hombre inteligente y sensible, que además sufrió el peso represor de aquella maquinaria trituradora de ideas pudo cantarle a ésta por tanto tiempo?

Pablo Milanés, a diferencia de Silvio Rodríguez, no tiene reputación de mala persona. Y, a diferencia otra vez de Rodríguez, no es tan militantemente participativo de las estructuras ejecutivas del poder en Cuba. Pablo es un hombre plácido. Carece de la arrogancia y la petulancia que caracterizan a Silvio. Por eso apuesto a que no cometerá el desatino de cantar en la AAA ninguna de las canciones-himnos dedicadas a la revolución, ni creo que se atevería a hacer lor reclamos oficiales del levantamiento del embargo o la libertad de los cinco espías cubanos presos en Estados Unidos, tentación a la que no se resistiría Silvio Rodríguez. Sin embargo, algo debe estar haciendo diáfanamente porque ha empezado a recibir fuego cruzado: los voceros de la dictadura castrista en Miami han comenzado a atacarlo según cada quién, más tangencial (Max Lesnick), o más directamente (Edmundo García; éste último, sorprendentemente, hasta ha puesto en duda el genuino talento de Milanés, cuyo fulgor atribuye exclusivamente a la mano de Castro. Vaya, caray...).

La idea de que Pablo Milanés, como dice la claque castrista aquí, no necesita de Miami, es todo un sofisma para encristalar. Si no lo necesitara… entonces ¿para qué habría de venir?

Las explicaciones casi candorosas que Hugo Cancio emitió ante este servidor en el programa de Oscar Haza de que Pablo Milanes lo que quiere es cantarle a otro público aquí que no es sólo el cubano, no son transparentes y —sorry, Cancio— llevan pies de barro.

No es verdad.

Lo que les importa es Miami.

Cuando la ceremonia de los Grammy Latinos fue trasladada de Miami a Los Angeles, la pataleta de Castro cesó, que lo que quería era hacer el show cubano en la dolida capital del exilio cubano.

En cuanto al público Centro y Sudamericano que vive en Miami, a alguno de ellos Milanés ya le ha cantado en sus países de origen, como Chile y Argentina. No estoy tan seguro que ese mismo público de allá aquí, sea el mismo de allá allá.

Y quién quita si todo esto no es otra cosa que un plan escalonado para finalmente subir la parada con la ulterior presentación en Miami de un auténtico agente provocador como lo es Silvio Rodríguez.

Que Milanés haga lo que le dicte su conciencia. Como artista, como compositor, como cantante, como poeta, la historia ya he emitido su juicio, del que no tendrá que avergonzarse. Pero sobre su moral política, la historia sí le va pasar la cuenta, a menos que su brújula apunte a otro derrotero. No hay modo de que el juicio final de la historia valide una obra y a su gestor por haberla dedicado a una dictadura de medio siglo que durante todo ese tiempo no permitió a un pueblo caminar por senderos distintos. Estamos en el siglo XXI. Es simplemente, un anacronismo insalvable que, por si fuera poco, se regodea en sus propias meteduras de pata como el infaltable acoso a Las Damas de Blanco, y la prohibición de permitirle a Yoani Sánchez que reciba personalmente en el extranjero cualquiera de los premios con que ha sido reconocida. Ahí pierde Milanés… y acaso él comience a saberlo y por eso ha venido marcando unos pálidos deslindes de su madrina (la revolución de Castro), con sus declaraciones ambiguas y en algunos casos parabólicas, que en los últimos tiempos ha pronunciado.

Aunque parezca irremediablemente tarde, Pablo Milanés está a tiempo todavía de la reivindicación como el Hijo Pródigo de la justicia y la razón que están —sí señor—, del lado de acá.

Y puede hacerlo con sus tonadas. Revertir exactamente palabra por palabra el texto de "La Canción por la Unidad Latinoamericana” podría ser su honroso testamento político y hasta, aunque largo, su mejor epitafio.

Para terminar, “querido Pablo” —que ahora te hablo directamente por si acaso me lees— con ejecutar existencialmente en Miami la letra de “Yo me quedo”, te bastaría. El exilio cubano, que durante 50 años ha demostrado mas capacidad para el perdón y la reconciliación que su antagonista, consideraría que sólo fue un breve espacio aquél en el que no estuviste... a pesar de que todavía quedan restos de humedad, los de las lágrimas que un sólo hombre ha hecho derramar al pueblo que debió amar.


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