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lunes, 5 de mayo de 2014

Al límite: ¿Estamos tablas?; por Luis García Mora #SOSVenezuela

Al límite: ¿Estamos tablas?; por Luis García Mora « Prodavinci



EL MOVIMIENTO BLOGGER, ESTA LLAMADO A SER EL CATALIZADOR MORAL DE LOS GOBIERNOS, ANTE LOS OJOS DEL MUNDO



Venezuela vivió una conmoción política que el Gobierno intentó aplastar acudiendo a una feroz represión y al blackout informativo,
en especial de la televisión. Una barrera de indiscutible corte
totalitario que ni el propio Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas
Llosa, pudo franquear.
Todo indica que acorralado,
atrapado (¿y asustado?), el actual régimen se repliega sobre sí mismo,
empujado por la inoperancia, por lo primitivo y tosco de su enigmático
modelo y en un franco avance del deterioro nacional. Y con todo eso el
fehaciente avance de su impopularidad.
¿Hasta dónde podrá continuar el estiramiento de este modelo?
Quizás, amén de sus
consecuencias sociales, que están por verse, su mayor fragilidad la
constituya reposar sobre la mitad o menos de sus electores y no lograr
las dos terceras partes de los votos que ha de necesitar, por lo que
estaría requiriendo, y con urgencia, amplias cuotas de un sector no
gubernamental que le permita balancear el sistema.
Lograr lo que hasta ahora le ha sido imposible: terminar de estabilizar su situación.
“Hay que darle al régimen una salida”, replicaba el autor de La casa verde,
ante el auditorio de una derecha escéptica: “Este proceso de deterioro
del régimen va a continuar y será importante que tenga una salida
posible, que se vaya en paz, que se vaya con calma”. Advirtiendo (con
conocimiento de causa y a quienes quisieran oírlo) que “es muy peligroso
confiarse en los militares”.
Hay que examinar con
detenimiento la situación. Y determinar lo más claramente posible ante
qué estamos. Decir que la más exasperante irracionalidad fue la partera
de los descalabros opositores de 2002 y 2003 y 2006, cuando (como los
antipolíticos) algunos se encandilaron con la salida, la salida ya.
La lógica del régimen es
circular. No puede haber alternativa, porque no se permite. O se
quisiera impedir como en China o Cuba u otras réplicas del modelo
adoptado. Y para ello, indudablemente, se han esforzado al máximo.
Y al escoger Maduro el diálogo
con los empresarios (y también con la parte más orgánica de las fuerzas
opositoras) como mejor vía para convencer al país de la necesidad de un
cambio económico, no está haciendo más que reconocer que su fórmula
económica se agotó y, además, que ha llevado el país al borde del
colapso y que, tras quince años de ensayo y error, el cacareado modelo
se ha ido al diablo.
Acaso espejeándose con China o Cuba, quiso aquel líder desorbitado convertir en establishment
a un partido revolucionario que no existía más que en su imaginación o
en sus delirios televisivos, hasta el reciente aterrizaje de este
improvisado PSUV.
Exacto: no se trata de la
legendaria, aceitadísima y vetusta maquinaria roja del poderoso Partido
Comunista de China, sino de un grupo de militares y civiles que (quizás
hasta con las mejores intenciones) se hicieron del poder apoyándose en
el rechazo popular a la corrupción, el mismo cáncer que hoy socava sus
propios cimientos y carcome a un aparato político que, como tal, está
segregando y saca del juego a más de la mitad de la población.
Están desmandados en su
ambición de dominio. Tanto que, en un curioso esquema de mando, todas
las prioridades de cualquier Estado, como la soberanía, la integridad
territorial y el desarrollo económico, están subordinadas o sometidas a
una única necesidad excluyente: la de mantener al Partido (o a su nomenklatura) en el poder a como dé lugar.
Ante esto surge la interrogante: ¿estamos en capacidad hoy, desde la exclusión, desde el ghetto, de romper el sistema? ¿De provocar una ruptura de la averiada estructura de poder?
Aunque no termine de acabarnos, su amurallamiento sigue ahí. Justo frente al nuestro.
Ese (como me dijo alguna vez el viejo Velázquez) inmenso y poderoso sentimiento democrático nuestro.
Imbatible.
Entonces, ¿estamos tablas?
Desde una óptica superior, para provocar una ruptura, la masa opositora se debate ante el método, pues en eso del objetivo de romper el modelo creo
que existe una generalizada coincidencia: nadie está satisfecho con
esta vaina. ¿Debe hacerse progresivamente o de un modo acelerado?
Y aclarémoslo: estamos
hablando de transición. No de un golpe que viene o se imagina: porque
como repetimos nos advertía Vargas Llosa (ante un auditorio compuesto
por nuestra derecha más depurada) “Este proceso de deterioro del régimen
va a continuar y será importante que el régimen tenga una salida
posible, que se vaya en paz, que se vaya con calma”.
¿O no?
Como decía un amigo a quien respeto: “Es tarea de estadistas constituir un modelo de poder”.
Y creemos que es lo que existe
en la mente de todos, desde Ramón Guillermo Aveledo, Henrique Capriles y
Julio Borges, hasta Leopoldo López y María Corina Machado: ¿cómo
conformar una nueva estructura de poder?
Sí. Esa es la interrogante que nos mira desde el abismo de nuestra propia incomprensión. Y no espera.
El pasado murió y su
descomposición es total. En la búsqueda de una salida a la transición,
no se pueden desarmar las grandes concentraciones pacíficas. Ni como
plataformas de sostén ni como dinamizadoras del diálogo.
Ha pasado demasiado tiempo desde la última gran concentración en El Marqués.
Es ahí en ese encuentro
multitudinario, político, social, ciudadano, desde donde la gran masa de
energía libertaria está esperando para fluir. Pero organizada y con un
contenido superior. Quizás hasta para convocar a otras primarias. ¿Para
qué? Para relegitimar la dirigencia. Para escoger, en un compromiso
ciudadano, los cuatro o cinco líderes más importantes entre todos los
que están y todos los que son. Y así, ante las actuales circunstancias,
elegir una sola dirección.
Una Junta Patriótica. Con una nueva política. Porque la actual se agotó.
Un solo movimiento y un solo objetivo. Un camino unitario de transición.
¿Somos capaces de masticar chicle y caminar a la vez?
¿De plantear una acción política trascendente, más allá de la coyuntura? ¿De estabilizar un nuevo modelo, un nuevo sistema?
Reconozcámoslo. El acto
constituyente de 1999 impuso unos valores sociales que han permeado. Y
en todas las sociedades hay valores que estructuran. Con AD en 1945 se
impuso lo popular como contenido político esencial para la estructura
del Estado: el Juan Bimba. Desde entonces, Venezuela se estructuró con ese modelo. ¿Es posible hoy una evolución con una oposición que lo admita?
Es algo que no parece estar
claro para todos los que rigen las líneas maestras de la oposición: la
preeminencia de lo social popular.
¿Llegó el momento de las grandes decisiones?
Y la estrategia de ruptura
debe venir también de parte del Gobierno. Pero no se ha producido un
cuadro ni una comprensión de la idea de cómo estructurar y armar un
sistema que funcione con una dimensión de largo plazo.
Requiere de un liderazgo
político que tenga masa y talento. Ambas cosas a la vez. Y todavía no se
ha roto el esquema mental según el cual si yo suelto tú me aplastas o si tú sueltas lo hago yo.
Rige una desconfianza absoluta
que sólo una comprensión superior puede desarmar. Y mientras ésta no
exista, no quedará otro camino que la lucha cuerpo a cuerpo.
Es el diálogo del póker.
De esto se habla dentro y fuera del país.
Y no es tiempo precisamente lo que sobra.

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