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martes, 18 de noviembre de 2014

El Proyecto Varela y las memorias flash | Cubanet

El Proyecto Varela y las memorias flash | Cubanet




El Proyecto Varela y las memorias flash




Sería ingenuo pensar que solamente el acceso masificado y libre a
Internet o la abundancia de dispositivos electrónicos para almacenar
información lleven por sí solos la democracia a Cuba





flash 

MIAMI,
Florida -Es innegable que la tecnología ha abierto una brecha
irreversible en el muro de aislamiento castrista en Cuba. La irrupción
en la Isla de celulares, memorias flash, cámaras digitales, significa de
alguna manera el debilitamiento de la pared totalitaria. Una
posibilidad que hace pocos años se veía con reticencias en ciertos
círculos de Estados Unidos, el exilio incluido. Las críticas rigurosas
chocaban entonces contra el envío de artículos como cámaras digitales y
de video, aludiendo que con ello se ayudaba a incrementar el arsenal
tecnológico de la policía política cuando alguno de aquellos equipos
resultaba incautado. Un aspecto que contaba menos en la sólida ayuda
prestada por Acción Democrática de Cuba. Hoy las perspectivas han
cambiado. Se pondera lo que ayer se cuestionaba casi de manera
inquisitorial, y hasta se le llega a conferir una capacidad
preponderante en la lucha pro democracia.

Pero sería ingenuo pensar que solamente el acceso masificado y libre
 a Internet o la abundancia de dispositivos electrónicos para almacenar
información lleven por sí solos la democracia a Cuba.  Tomando el
ejemplo haitiano, modelo propuesto para mostrar el limitado acceso de
los cubanos a las redes de comunicación masiva, se puede ver que Haití
con mayores capacidades comunicativas que sus vecinos insulares del
Oeste presenta un panorama precario en su sistema socio político, con
serios problemas en el ejercicio de la libre expresión y falta de
garantías electorales.

En el entorno de Cuba se trata de dilucidar la batalla pro democracia
tomando como soldados a las memorias flash de manera que estos medios
auxiliares lleven a las calles del país el conocimiento de la disidencia
y sus ideas. En medio del debate surgen afirmaciones discutibles sobre
los aportes de estas novedosas tecnologías y al avance del movimiento
disidente.  Recientemente en El Nuevo Herald un párrafo interpolaba la
realidad actual con la batalla lograda por el proyecto Varela. “La
generación más vieja de opositores no tuvo ese alcance. Por ejemplo, el
difunto disidente Oswaldo Payá abogaba por el Proyecto Varela, el cual
llama al derecho a celebrar un referéndum, pero su campaña pasó sin ser
notada en la mayor parte de Cuba.”

Decir que la campaña del proyecto Varela pasó sin ser notada es
eludir una verdad y casi ir de la mano con la propaganda del castrismo
que ha hecho denodados esfuerzos por mostrar aquel suceso cívico como
una acción desconocida por los cubanos de la Isla, fruto de la
propaganda exterior transmitida por las ondas de radio Martí y el apoyo
de los enemigos externos de la Revolución.

El Proyecto Varela que hizo posible la participación de miles de
personas que no estaban involucradas en la oposición, a pesar del acoso
represivo y al casi nulo acceso a los medios de comunicación, contó con
el apoyo de decenas de activistas de todas las corrientes de pensamiento
que a pesar de la falta de impresos pusieron a circular por toda la
isla, aún en los lugares más recónditos y hostiles, el plegable con una
propuesta que todavía resulta esencial para cualquier cambio verdadero
en Cuba. Cambios que ocupan por igual derechos cívicos, económicos,
políticos y sociales, como el acceso a todos los medios de comunicación.

La entrega de 25 mil firmas autentificadas y rectificadas en tres
ocasiones no solo con la rúbrica del ciudadano sino con su número de
identidad y dirección particular constituye un hecho sin precedentes.
Detrás de esa cifra, que para muchos puede resultar insignificante, (la
Constitución Socialista del 1976 solo pide 10 mil) tiene mayor
connotación. Esta iniciativa, que se hizo a pesar de la falta de medios
sofisticados de comunicación, tenía el precedente  largas jornadas de
campañas ideológicas del gobierno partidista,  un agotador Periodo
Especial, incontables tribunas abiertas y actos de reafirmación
revolucionaria, que más bien funcionaban como herramientas de
amedrentamiento cívico.

Las firmas logradas en apenas dos años implicaban una labor puerta a
puerta que llevó a decenas de miles de hogares en toda la isla el
conocimiento de sus derechos y la manera de reclamarlos. El miedo
instituido no pudo evitar que estas hojas llegaran a cientos en toda la
nación de  manera que por cada firma ratificada existen decenas de
lectores que aunque declinaban apoyar la demanda sabían de ella y del
contenido de la doble hojita, quedando al menos en conocimiento de lo
que se proponía en el proyecto.

La entrega de 25 mil firmas válidas en la Asamblea Nacional tuvo como
antecedente un serio análisis por el que se desecharon una cantidad muy
superior, fuera por errores o falta de claridad en los datos aportados.
Incluso no pocas se anularon ante  el temor expreso constatado durante
las verificaciones. Si es difícil calcular el monto de personas
contactadas durante el proceso, sí se puede asegurar que el Proyecto
Varela no pasó inadvertido en Cuba, a pesar de la inexistencia de
internet, twiter o memorias flash. El golpe de gracia lo dio el ex
presidente Jimmy Carter, ayudado por el verborréico Hassan Pérez en la
Universidad de La Habana. Al finalizar la conferencia del ex presidente 
norteamericano,  muy a pesar de los deseos del dictador cubano, se
produjo el pie forzado que obligó a que Castro se sometiera al reto de
publicar en Granma el discurso de Carter que incluía la mención al
proyecto Varela.

Se logró más por la discusión abierta en sitios impensables: predios
universitarios, bufetes de abogados, comunidades religiosas y hasta en
algunas circunscripciones del Poder Popular como ocurrió en San
Cristóbal o Puerto Padre. Sucesos notables fueron las reuniones en plena
calle, organizadas por José Daniel Ferrer en Palmarito para debatir el
proyecto en el vecindario. La anécdota al regreso de Oswaldo Payá tras
recibir el premio Sajarov con el recibimiento protagonizado en el
Aeropuerto José Martí donde se congregaron decenas de opositores que
acudieron a  saludar al líder del MCL. En la terminal aérea hubo que
pedir comedimiento en la participación y por exceso de prudencia Alfredo
Felipe no alquiló un camión para trasladar a muchos vecinos desde
Artemisa que querían estar en el acontecimiento. Felipe en el colmo de
la emoción decía que centenares mostraron su disposición de hacer acto
de presencia desde la localidad habanera. Tal vez aquel hecho le costó
al activista la condena simbólica (y firme) de 26 años de cárcel, cuando
la petición fiscal había sido la mitad.

El hecho de que el propio Castro tuviera que organizar el fraude de
una enmienda constitucional que para nada afectaba el presupuesto que
servía de fundamento a la petición ciudadana, y que no bastándole
montara la orgía represiva del 2003 con elevadas condenas a 75
activistas independientes-  42 de ellos vinculados directamente con el
proyecto- habla por si solo del alcance logrado por aquella gesta que se
pretende minimizar.

El régimen cubano no perdió la batalla con la aparición de las nuevas
tecnologías en sus predios. La perdió desde que el gobernante Fidel
Castro se subió a una tribuna para con un discurso amedrentador obligar a
millones de ciudadanos a firmar lo que él llamo la intangibilidad del
socialismo cubano. La formula castrista, en violación flagrante de su
propia carta constitucional, no fue más que una respuesta desesperada al
auge del Proyecto Varela en el territorio nacional. Negarlo sería
cerrar los ojos ante una realidad que es histórica.

Si alguna vez se yergue el monumento a la libertad de expresión en
Cuba tal vez sirva el prototipo el trofeo que alguien obsequiara a
Oswaldo Payá: dos manos elevadas al cielo sobre una base rodeada por
alambres de púas y el plegable que recogía la propuesta. El obsequio que
el disidente cubano mantuvo con orgullo en la sala de su casa puede
resumir muy bien el protagonismo único e insustituible que le
corresponde al ciudadano en el reclamo de sus derechos. Claro que
hubiera sido magnifico la ayuda de las memorias flash,  pero en su
defecto una hojita de papel multiplicada en miles de copias fue
suficiente.


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